La presentación del libro de Mercedes Sáenz, FILOS DE LATA, se realizó el pasado 8 de julio en el Centro Cultural Recoleta, con el acompañamiento de más de cien personas que colmaron las instalaciones.
Después de la bienvenida de rigor, el editor y escritor Rubén Gómez leyó el siguiente texto de su autoría:
"Había una vez una tierra sin nombre al sur de América.
Había una vez un escriba italiano que se llamaba Antonio Pigafetta que se subió al barco que llevaba a Hernando de Magallanes en busca del paso a las Indias que Colón no encontró. Todos recuerdan que ése viaje es el que da la vuelta al mundo que finaliza Sebastián El cano, y el que bautiza al Estrecho con el nombre de Magallanes en su homenaje. En aquella época eran muy populares las novelas de caballería, aquellas mismas novelas que finalmente volverían loco a Alonso Quijano y que lo convertirían en Don Quijote, al buen decir de Cervantes. No solamente se leía en las ciudades sino también en las larguísimas travesías que los navegantes realizaban. Claro está que no todos podían acceder a los libros y que solo una parte de la sociedad gozaba el placer de la lectura porque sabía leer. Esto es algo que no ha cambiado mucho. Pero – y volviendo al cuento - fue que, durante el viaje de Magallanes y al acercarse los navíos a la costa, Pigafetta el escriba toma notas sobre los habitantes que avista. Los hombres que ve estaban vestidos con pieles de guanaco, obviamente tehuelches que se resguardaban del frío. Los nativos eran pacíficos y amigables, y eran más altos que los europeos de antaño. Para saber que así eran habría que esperar unos cuantos años más. Pigafetta describe a los tehuelches tal y como había leído en aquellas novelas de caballería: dice que miden más de dos metros y medio de altura, que son monstruos mitad hombre mitad animal, con garras y feroces dientes. Al verlos por primera vez y antes de escribir sobre ellos, los nombra como había leído en las novelas: “Patagón”, dice.
Había una vez una tierra al sur de América cuyo nombre es hijo de la literatura. No se sabe muy bien por qué la historia habla del tamaño de los pies de los tehuelches, cuando los adjetivos que considera la Real Academia Española para describir a alguien de buen pisar son “patón” o “patudo” y no “patagón”. Es entonces “Patagonia” la tierra de los Patagones, esos terribles monstruos de las novelas de caballería. Es la Patagonia, como dice tan bien el escritor Ángel Uranga, el eco de la letra.
Había una vez un niño al que todas las noches contaban un cuento. Era su mamá la que los contaba a veces desde un libro tomado al azar de la biblioteca, mientras que las más de las otras veces el cuento era una mezcla de otros a propósito del día y de lo que había pasado en él. Era una manera ingeniosa que encontraba para enseñar en esa duermevela en la que pareciera que la permeabilidad del ojo, la voluntad de la imaginación y la complicidad de la noche conspiraban para la memoria y el aprendizaje.
Cuando era el padre el que los contaba se trataba de un verdadero evento. No pasaba seguido ni era algo que se esperaba. El padre del niño siempre los inventaba sobre la marcha y eran a pedido. El niño pedía de piratas y el padre ensayaba sobre la marcha una historia de barcos destartalados, corsarios con lentes y relojes pulsera, tocadiscos a pilas que tocaban un tanguito en mar abierto, e islas del tesoro que escondían un funyi o un paquete de yerba. En otros había príncipes feos, reinas que iban al almacén de compras, hormigas desorganizadas, o gauchos que tomaban granadina. En todos los casos el cuento estaba allí, con el silbido del viento acompañando el relato o los ruidos sorpresivos interrumpiéndolo.
Había una vez un niño al que le leyeron cuentos muchas noches, que creció un poco y comenzó a buscar sus propios cuentos. Es que hay cuentos para todos. Y, adolescente, se le cayeron encima cuentos de Cortázar, Borges y Abelardo Castillo y Haroldo Conti. Y no dejó nunca el vicio. Y si bien escribió y escribe poesía, sigue leyendo cuentos y relatos de viajes y también novelas y más, pero los cuentos lo pueden.
Había una vez un niño al que le leyeron cuentos muchas noches, que creció otro poco, y ya hombre tuvo el sueño enorme de una editorial en el medio de la Patagonia Argentina. Y en Comodoro Rivadavia, donde nació, creó la editorial, lleva editados nueve libros y sostiene su sueño como una encendida vela al viento. Y ahora también edita libros de cuentos. Ese niño, ese joven y ese hombre soy yo.
Había una vez una niña con mamá y papá y ocho hermanos. Una niña que pudo elegir una voz ronca de entre todas las demás. Una que no sabe aún si habrá cambiado bien aquella figurita. La dueña de un no potrillo necesita poner la silla al revés. Una niña que quiere ser india y que sabe descifrar las señales de la memoria y que cuenta los ojos en su luna. ¿Cómo no detenerse a pensar en cuáles son esas señales o los mensajes de la madera? La niña sabe que los jueves es el día de volver con leña y que el aire es el lugar donde cabía otra ramita. Sabe de los arcabuceros y la llave de medio kilo, sabe que son niños y también de los escapularios.
Había una vez una niña con mamá, papá y ocho hermanos que vivió en Patagonia, en un puesto entre Comodoro y Caleta Olivia, y cuya voz fue cincelada con aquellos vientos tempranos que le trajeron una pluma de choique para escribir entre las matas.
Había tantas veces, niña hija, hermana mujer madre, que fueron los cuentos de Mercedes Sáenz. Más de mil noches y una noche en que, como Sherezada, hubo de contar para quien es el rey de la vida, el despiadado tiempo. Y ahora lo vence, lo estira, para que haya más veces y así cambiar el tiempo verbal de la sentencia. Hay esta vez un libro de cuentos. Habrá más veces.
Había una vez estas tres palabras sueltas: había, una y vez, hasta que algún alquimista de las letras supo que podría obtener con ellas la fórmula mágica para comenzar un cuento. Había una vez otras tres palabras sueltas: filos, de y lata hasta que Mercedes las mezcló en este caldero y bautizó su libro con ellas, para su descubrimiento como una suerte de mapa.
Había una vez una tierra hija de la letra y una niña con los ojos en los dedos que ahora es mi amiga. Gracias, Mercedes, por volver al sur del sur. Hay esta vez un libro de cuentos. Habrá más veces."
Tras la lectura se presentó un powerpoint con las fotografías de Isabel Capdevila que se incluyen en el libro, la música de Federico Heine y los textos escogidos de Mercedes Sáenz.
Para finalizar el encuentro los escritores Dalmiro Sáenz y Esteban Peicovich se refirieron a la obra, a la palabra y al oficio del escribir junto a la autora.
Los que tuvimos el privilegio de asistir y compartir con Mercedes de esta presentación de su primer libro, nos llevamos un recuerdo inolvidable plagado de emoción y de buena letra.
Sin duda, habrá mas veces.
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1 comentario:
Muchísimas gracias Rubén por el aporte profesional y el afecto que le ponés a tu trabajo. El texto de la presentación me pareció excelente, muy emotivo y cálido.Muy bien escrito. Simbólicamente fuerte para bodear los filos de la costa sureña. El trabajo del powerpoint, que ni siquiera ponés en chiquito que es de tu autoria a todos nos pareció excelente! Muchas gracias de nuevo Un abrazo, Merci
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