viernes, 24 de octubre de 2008

Cuatro paredes y un techo en Rada Tilly

Desde que el libro de Ernesto Allende fue publicado muchos me preguntaron: ¿De qué se trata “Cuatro paredes y un techo”? ¿Qué podés decirme del libro? Y, tengo que decirlo, al principio eran preguntas que realmente no me había hecho y a las que por esa razón no podía contestar uniforme ni mecánicamente. Conforme fueron repitiéndose las preguntas comencé a pensarlas y a tratar de hallar respuestas convincentes, pero no desde el punto de vista del marketing o con el ojo puesto únicamente en sus bondades o a través de la crítica literaria, sino justamente para comprenderlo y aprehenderlo en su razón de existir. El por qué de la aparición de “Cuatro paredes y un techo”. El objetivo de su aparición.
Las lecturas suelen dar respuestas cuando parece que uno no puede hallarlas en otro lado; la memoria abre puertas que hasta entonces se vislumbraban inexpugnables; los amigos nos cuentan de su vida cotidiana plagada de historias y hechos aparentemente intrascendentes; y entonces se produce en algún lugar del cerebro una extraña fusión que termina encontrando la frase, la palabra, la respuesta, esa pieza que encaja en el rompecabezas.
Escuché una conversación sobre un problema en un edificio; posibles reuniones de consorcio sobre la luz, las expensas, el gas, los ruidos del quinto “ce”, casi en las antípodas de aquellas “cuatro paredes y un techo” tan humildes. Ese edificio con cientos de paredes comunes, compartidas y un techo-piso, un piso-techo y solo un techo bien arriba, más arriba y tan pero tan lejos del barrio. Pensé entonces –y estoy convencido de que es así- que Ernesto habla en su libro del barrio que, como figura de núcleo social, está en franca extinción, aquí, allá y en todas partes. Es el barrio San Martín en el que ha desarrollado su vida y el que quiere preservar con su pluma, con su recuerdo, con las fotos que conserva grabadas en sus retinas y que le ha dejado huellas en su corazón. Eso es lo que quiere mantener vivo, para sí, para los vecinos de ayer y de hoy, para dejarles historias a los que nos prosigan. El lugar es la cuestión y lo que le ha pasado por estar en ese lugar y en ese momento histórico.
Silvina Ocampo escribió alguna vez: “Escribo para que otros amen lo que yo también amo. Escribo para no olvidarme del amor y de la amistad, de la sabiduría y del arte. Escribo para cambiar el destino, para que la vida prevalezca”.[1]
Y sin dudas Ernesto ama su barrio, el Barrio San Martín. Y las razones de escribir de la escritora Silvina Ocampo pueden trasladarse sin vergüenza alguna y con todas las letras a éste libro. Allende no quiere olvidarse ni de su amor ni de los amigos y por supuesto que desea que la vida prevalezca.
Algunos protagonistas de las historias, de los relatos de “Cuatro paredes y un techo” resultan a la primera lectura una suerte de creación, de un invento. Parecen haber sido creados para dar verosimilitud al relato, pero no. Son reales. No puede uno imaginarse la lucha entre vecinos por un caño, o los tambores de doscientos litros bajando llenos de agua una calle de tierra, o el descubrimiento de un chengke[2] con una vela encendida en su interior.
El mapudungun habita el libro como el viento a nuestra cotidianidad. Casi imperceptibles las palabras en el idioma de los mapuches están allí, como el aullido del viento que pasa reptando por debajo de la puerta.
Entonces el libro habla del Barrio San Martín pero no solamente es un libro sobre el barrio y con el barrio, sino que también es todo aquello y un poco más pero, ¿de qué?
La historia del chengke, las conversaciones con Ernesto, las charlas con amigos, y la memoria me llevaron a varias relecturas y entre ellas encuentro a Samuel Beckett que dice, como a propósito de lo que estaba buscando: “Cerraré los oídos, cerraré la boca y seré una tumba. Y cuando vuelva a abrirlos será quizás para escuchar una historia, para contar una historia, en el verdadero sentido de la palabra, de la palabra “escuchar”, la palabra “contar”, la palabra “historia”; tengo grandes esperanzas, una pequeña historia, con criaturas vivientes yendo y viniendo en una tierra habitable atestada de muertos, una historia breve, con el día y la noche yendo y viniendo sobre las palabras que queden, si es que han llegado tan lejos, y tengo grandes esperanzas, le doy mi palabra”[3].
Y Ernesto Allende en este libro abriga su gran esperanza y es por eso que escucha, cuenta, va y viene sobre esta tierra, va y viene y simple, sencilla y honestamente da su palabra.

[1] Revista La Guillotina, Nº 14, Invierno-Primavera/2008, de la Asociación de Poetas Argentinos (APOA), artículo “Silvina Ocampo, poetisa apasionada” por Axel Eduardo Díaz Maimone, Pág. 6.
[2] Chengke o chenque: enterratorio mapuche-tehuelche.
[3] Beckett Samuel, Textos para nada.