La presentación arrancó con el actor Marcelo Vázquez que enumeró parte de lo que vivimos juntos en el Taller Literario que hice en el Kultural 5, ese bello y acogedor lugar del que es dueño y directivo. Contó que hacía semanas que venía empujándolo para que preparara algo para presentar mi libro y finalmente aseguró que no se le había ocurrido nada. Para subsanar el "error u omisión" convocó a Morrison, su personaje insigne a quien dejó una carta en manos del público. Morrison no me conocía ni sabía qué hacer pero la carta era explícita al decir que "empleara su magia". Entonces fue que hizo unos trucos de magia e interpretó un instrumento al que calificó como "autóctono comodorense de origen australiano". Entonces dio paso al autor, a mi, a Rubén Eduardo Gómez, que dijo:
Gracias a todos por estar aquí, todos reunidos hoy para la presentación de mi quinto libro de poemas, Lo que son las cosas.
Es inevitable pensar que hace 21 años presentaba mi primer libro “El pecado de soñar” en la vieja Escuela de Arte, ubicada en la zona del puerto y hoy demolida.
Es inevitable caer en los lugares comunes a los que el amontonamiento de recuerdos nos lleva y trae de manera tan caprichosa como el viento.
Ahora, después de haber presentado cuatro libros antes de este, ¿Cómo se hace para presentar un libro propio sin dar demasiadas pistas o inducir la lectura de quien lo recibe?
Está la presentación formal: “Estimado público, amigos, colegas, lectores… les presento mi libro Lo que son las cosas…. Lo que son las cosas, libro mío te presento a tu público”, y entonces el escritor, debería dejar que las cosas pasen entre ellos, como una suerte de Celestino, para después asombrarme y decir: “Mirá lo que son las cosas”, ¿no?
Generalmente el escritor se vale de algunos artilugios para contribuir al misterio: invita a otro escritor a que hable del libro, invita a algún músico que entretenga y distraiga, invita a alguien con buena voz a leer poemas, entre otros.
Pero no cuento hoy con estas posibilidades.
Me dije que las presentaciones son oportunidades de vender ejemplares. Entonces pensé en la publicidad subliminal.
Es inevitable pensar que hace 21 años presentaba mi primer libro “El pecado de soñar” en la vieja Escuela de Arte, ubicada en la zona del puerto y hoy demolida.
Es inevitable caer en los lugares comunes a los que el amontonamiento de recuerdos nos lleva y trae de manera tan caprichosa como el viento.
Ahora, después de haber presentado cuatro libros antes de este, ¿Cómo se hace para presentar un libro propio sin dar demasiadas pistas o inducir la lectura de quien lo recibe?
Está la presentación formal: “Estimado público, amigos, colegas, lectores… les presento mi libro Lo que son las cosas…. Lo que son las cosas, libro mío te presento a tu público”, y entonces el escritor, debería dejar que las cosas pasen entre ellos, como una suerte de Celestino, para después asombrarme y decir: “Mirá lo que son las cosas”, ¿no?
Generalmente el escritor se vale de algunos artilugios para contribuir al misterio: invita a otro escritor a que hable del libro, invita a algún músico que entretenga y distraiga, invita a alguien con buena voz a leer poemas, entre otros.
Pero no cuento hoy con estas posibilidades.
Me dije que las presentaciones son oportunidades de vender ejemplares. Entonces pensé en la publicidad subliminal.
(Cartel de “Oferta Sale 30% off…”).
También pensé que quizás no todos comprenderían un metamensaje como este por lo que busqué algo más directo.
También pensé que quizás no todos comprenderían un metamensaje como este por lo que busqué algo más directo.
(Cartel de “Comprame un libro, che!…”).
Finalmente no supe por cual inclinarme.
Entonces pensé en contarles una historia. Pensé en contarles que hace unos días me encontré con un ex compañero de la primaria mientras hacíamos ambos algún trámite engorroso de esos donde hay que hacer cola y todo.
- Ey, Rúben, - (Cartel “Me llamo Rubén y no Rúben!!") me espetó casi a los gritos, llamémoslo Tito – Mirá lo que son las cosas, donde nos venimos a encontrar…
Después del abrazo y de conversar durante un buen tiempo –las colas para cualquier trámite suelen ser largas- hablamos de bueyes perdidos y también de algunas bueyas perdidas, y le comenté que hoy presentaba mi quinto libro de poemas y lo invité a venir.
- Qué bueno, Rúben – dijo Tito - ¿así que escribís, che? ¿Pero vos no hacías dibujitos? Yo me acuerdo que dibujabas bien vos…
No sabía qué decirle porque hace algunos años que no dibujo ni los impuestos, y atiné a sonreír y mirar hacia ese lugar al que uno mira tratando de hacer memoria. Y le conté de mis libros anteriores y de todos los lugares a donde había llegado de la mano de la poesía. Y entonces me dijo:
- Mirá lo que son las cosas, che… Y ¿de qué trata el libro?
Y me mató. Me quedé pensando. ¿Se puede resumir un libro de poemas? ¿Se puede reseñar al menos, un libro de poemas? No creo. En todo caso se puede interpretar un libro de poemas y tal vez hasta traducirlo de alguna manera al propio lenguaje o vibración interna. Dí algunas vueltas para no decir nada, y me quedé pensando en la pregunta. ¿Cuál es el tema del libro? ¿Sobre qué?
“Mirá lo que son las cosas”, me dije, no lo había pensado desde ese lugar. Entonces le mostré a Tito el libro y le dije:
- En la contratapa del libro, el escritor y amigo Jorge Spíndola, cita a Italo Calvino que dice: “El hombre camina días enteros entre los árboles y las piedras. Raramente el ojo se detiene en una cosa, y es cuando la ha reconocido como el signo de otra”.
Tito levantó las cejas, me miró con los ojos extrañados y juntó los labios mientras asentía. ¿Habrá entendido a Calvino? Pensé durante unos instantes y le dije:
- Este es el verdadero ars poética del libro, el arte poética: esa posibilidad, esa dulce posibilidad de que esa cosa sea el signo de otra cosa, y sobre todo el haberla reconocido como tal.
Y seguí contándole que el libro está dividido en varias partes. La primera se llama Lo que hay, y en ella encontramos algunas de las cosas que somos: un piso detenido en una fría estación, una lluvia que lava urgencias, la piel que se acomoda en el tiempo en que cae una lágrima, una raya al costado detenida antes de la despedida, un paso que maldice al olvido, un cielo sostenido y leí:
Hay que levantar la vista
Ver el cielo cortado
Cientos de cordones cables hilos
La mirada no lo abarca sino en parcelas
Cielo alambrado
Es imposible que este cielo
- decía la abuela –
se nos caiga encima
A Tito pareció interesarle y me habló de que su abuela también decía que cuando el cielo estaba muy encapotado y con toda la amenaza de lluvia sobre la cabeza, que el cielo se nos caía encima. Y entonces nos fuimos de allí. Abandonamos los trámites y nos fuimos a tomar un café.
Le conté que en el libro también hay una nube que acaricia el valle y se deshace en él, y la memoria de los ciruelos en el ciruelo otro, leí:
hay un ciruelo en flor
la casa de juan carlos devuelve
la primavera mil cincuenta y ocho
noviembre de Rubén busca las maduras
poda la damasca ahuyenta a los gorriones
que picotean los higos que roban al sol
levanta la parra con alambres
juega con mateo
césped mientras el asado
sonrisas de mauro
tomamos un vino
el ciruelo de juan carlos espera
soles propicios sus rojos
rojos que no tendrá la rawson
mil cincuenta y ocho
demolida ausencia tierra hecha greda
sequía de otros abandonos
vaya uno a saber
qué ha sido de los ciruelos
mil cincuenta y ocho
vaya uno a saber
en manos de quién están
Sentí que a Tito le gustaban los poemas que había elegido. Le conté detalles de la casa de la calle Rawson 1058 donde vivíamos hace unos años. Y también le conté de la sombra, y de un viento aullador:
viento que sopla doble
aúlla arriba
golpea el pecho
para que escuche
baja el mentón
auuuuu ya
y sube
y el aullido más arriba
auuuuu ya
y la sonrisa espera
en el fondo
detrás de los ojos
la roja amarilis
Tito sonrió con la idea de un viento-lobo. Y me dijo que el viento nos habita y que nos es inevitable. Le hablé de un árbol con raíces de viento, las marcas que huellan el viento y también de un metro de romero que nos condimentaba el patio. Y la tierra, claro, la tierra como palabras, como lenguaje del viento que somos:
tierra pasa con el viento
la tierra pasa
no importa el manjón las bisagras la llave
pasa la tierra al piso los muebles el pelo
y la boca
no hay caso
insiste pasa la tierra
habita la rutina del trapo la tierra
la escoba la tierra
pasa
Tito asentía con gesto adusto. Y me animé a seguir contándole mi libro, este libro que no puede resumirse. Le hablé de un camino que insiste, de una ruta que no sabe adonde llevar y la vuelta repetida, como si fuera un estigma del desconcierto.
Este compendio de ideas sobre las cosas que se hacen uno tiene una segunda parte que se llama LOS QUE SON y allí
hay una vereda rota siempre
prueba los tobillos siempre
rota siempre
un riacho circula baja discurre
por la avenida siempre
lleva un mensaje
un pucho siempre
quizás una pluma
un yuyo zonzo se subleva siempre
al cemento
se yergue con flor y todo
y no pide riego
ni que le hablen
ni más luz
ni una aspirina en el agua pide
ni que limpien sus hojas con leche
ni fertilizantes ni cenizas
su flor pide
que no arreglen la vereda
Tito me habló entonces de la perseverancia y la constancia. Le dije que en esta parte del libro las huifas beben con los ojos, también que los ojos se dan vuelta, que siempre hay alguien ahí afuera, las voces que nos gritan, las sombras que laten y las carpas silenciadas por la indiferencia.
Hay una mujer:
una mujer de más del setenta de pelo en saco
largo una manga la otra sostiene expedientes
es la izquierda y camina contra el tránsito
el ceño pollera larga blanca zapatilla
y la otra no
hay el semáforo que corta
y la mujer mira adentro de cada auto
cada butaca solo unos segundos
y vuelve a caminar
hay quien dice es municipal
otros que escapó del hospicio de los expedientes
y hay quien asegura que ella es quien se busca
en coche va una niña carabín
en coche va una niña carabín
hija de un capitán
carabirulí carabirulá
Tito sonrió con la canción de su infancia. Me habló de la lucha de los setenta y de los amigos y familiares perdidos. Le dije que dolían, como los güesos de un árbol frío, y leí el poema de un perro otro que busca:
nariz de piso busca snif snif
hueso y resto busca snif snif
sobran cáscaras
sobras de edificio
sobra el perro
calle busca snif snif
sobre el nylon
no comas arroz con vidrio
no puntos busca snif snif
se pega el pañal
nariz húmeda
de piso
al piso busca snif snif
basura
en nylon anónima busca snif snif
sobra doblado
duerme hambre busca snif snif
en el container
sobra
Tito me miró con sorpresa y sonrió. Le conté del hambre y el hombre, del perro de la calle y de los chicos de la calle, de los cartoneros y de las diferencias, de los miles de tonos en los que la calle quiebra la luz con la que vemos las cosas, le conté de una piedra:
piedra otra piedra y otra más
las piedras dispuestas
en todo lugar de paso
solo para el paso y su dificultad
un lenguaje y el decir
esta lengua trabada a fuerza de vocalizar
con piedras en la boca
Tito me contó que antes se le ponían piedras en la boca a tartamudos y a los que tenían problemas de dicción para corregir sus problemas. Yo le dije que el lenguaje a veces se me volvía una piedra, como la de Sísifo, a la que debía empujar incesantemente y sin encontrar la palabra justa, la definitiva, la que debe ir allí y no en otro lugar.
Tito me instó a seguir y le conté que la tercera parte del libro se llama SON LAS COSAS y allí hay sábanas y despertadores, bolsas de arpillera, y alambre:
una cuerda de pared a pared la ropa y
el viento y el peso mojado vencen
el dueño del patio supo qué hacer
arte de alambre argentino
no es incomprensible
cuidar su patio y familia
a la vista están
sus desamparos
Entonces hablamos con Tito sobre la soledad, la del alma y la física, de los que nos dejan sin dejarnos y de los que nos hacen falta. Yo le conté de mis cosas, de un sobre caprichoso y una pava que pajarea, de un mapa y una lombriz, una corona, y de una cama para equilibristas:
una cama de dos patas
invita a hacer equilibrio
a no conciliar el sueño el no descanso
hacer equilibrio
no caer en las redes que esperan abajo
para cuando no haya medios minutos
en los que pensar
hay la cama de dos patas
solo el equilibrio
Tito se quedó callado un instante y aproveché para contarle de otras cosas, de un cuadro pintado por ojos, de un libro que desnuda y sobre las cosas:
una lagartija besando la infancia pobre
repta sobre las cosas yéndose
distintas
insanas
yéndose en el piso
en el camino
en el tiempo
y en el vientre del reptar
dicen dicen dicen
que van al sol
que mudan la piel
que dejan pobre a la lengua seca
lo cierto es que
demudan las cosas
No pensaba seguir leyendo, pero Tito pidió otro café y me dijo:
- Mirá lo que son las cosas, Rúben, todo este tiempo, todas estas vivencias, tantas cosas… Leéme más…
Le dije que el libro tiene una cuarta parte que se llama LO QUE AGUA y allí, claro, hay una gota fría pero también fuego en las raíces y los capullos:
¿de qué está hecho
ese capullo?
¿esponja de sol
sumiendo la luz a su seno?
¿de qué
esos pétalos que absorben
espacio y tiempo?
ay ese capullo
como una brisa
que se lleva el mar
el cielo
¿de qué está hecho
ese capullo?
Entonces le conté a Tito del aire que no llega y de los peces que bébense, le conté del lugar donde las nubes pasan por debajo de uno y de la que viene con el olivo en la boca.
Le conté que la última parte del libro se llama LO QUE ESPERA y allí hay ángeles negros lacios, y le dije:
llaman a los ángeles
con los santos estampados en las manos
y el acordeón envuelto
en canciones gitanas
trenzadas en los cabellos de ángeles
negros lacios
ángeles bebas que llaman
llaman a los trenes
llaman a los ángeles
y no hay manera
Tito me preguntó de los viajes y las partidas, de lo que se va y lo que viene con uno con el viaje. Le hablé de un vuelo largo y oscuro, de un colibrí que maravilla en un noveno piso, de un piso lejano en la edad, de una caricia que espera, y de una foto del abrazo, que dice:
ahí está la foto del abrazo
brazos que faltan
en la despedida de lo que no se ve
el espacio que duele
los ojos al piso sin portarretratos
un suspiro viejo de cicatriz
un dibujo de manos grandes
y dedos de sol
el pelo largo dibuja mauro
y su dibujo camina
sin esperar
Tito me preguntó por mis hijos entonces, y le dije de Mateo, de Mauro y de Lorenzo, de lo que pasa y se siente cuando los veo correr y gritar y reír. Parecen querer atrapar toda la vida en el ya y en este instante, y levantan las manos, y leí entonces:
las manos arriba / más arriba /
arañando el cielo / rasguñándolo /
el cielo las manos
todo parece mucho entonces
las manos arriba para asir
lo que quiera llegar
lo que se deje tomar
arriba las manos
como una red
como una telaraña
de huesos sangre
y deseo
Tito se emocionó, el muy bobo, y aproveché para contarle que, como en todo libro hay una vez, pero que no en todos los libros podría encontrar un poema que cierre el libro y que hable de un balde. Aproveché que se sonaba la nariz con estridencia con una servilletita del bar, y leí:
las piedras la tierra que pasó
los pasos de latidos viejos
huellas en la playa del 83
hay que baldear
los gritos que retumban
y tumban y van
curitas y rasguños
los raspones y golpes
moretones azules
extrañamientos
baldear desgarramientos
desgarraduras
desesperaciones y desesperanzas
lo que se resiste al olvido
espinas bajo la uña
y cada error enmohecido
también la memoria
hay que baldear
corazón.
Tito me abrazó. Le dije que no solo tiene poemas el libro sino que lo engalana una Postdata intemporal de la poeta mexicana Guadalupe Elizalde, a modo de postfacio; le conté que la tapa es de la artista plástica de Puerto Madryn, Daniela Mastandrea, que realmente es excelente. Y le gustó todo esto.
En ese momento sonó un ringtone, Tito lo reconoció y atendió su teléfono. Me hizo señas de que lo esperara un minuto y salió del bar porque habla a los gritos supongo y quería privacidad.
Tito no volvió más. Llegó el mozo poco después y aboné los seis cortados y también las medialunas que Tito había deglutido después del recital personalizado.
Finalmente no supe por cual inclinarme.
Entonces pensé en contarles una historia. Pensé en contarles que hace unos días me encontré con un ex compañero de la primaria mientras hacíamos ambos algún trámite engorroso de esos donde hay que hacer cola y todo.
- Ey, Rúben, - (Cartel “Me llamo Rubén y no Rúben!!") me espetó casi a los gritos, llamémoslo Tito – Mirá lo que son las cosas, donde nos venimos a encontrar…
Después del abrazo y de conversar durante un buen tiempo –las colas para cualquier trámite suelen ser largas- hablamos de bueyes perdidos y también de algunas bueyas perdidas, y le comenté que hoy presentaba mi quinto libro de poemas y lo invité a venir.
- Qué bueno, Rúben – dijo Tito - ¿así que escribís, che? ¿Pero vos no hacías dibujitos? Yo me acuerdo que dibujabas bien vos…
No sabía qué decirle porque hace algunos años que no dibujo ni los impuestos, y atiné a sonreír y mirar hacia ese lugar al que uno mira tratando de hacer memoria. Y le conté de mis libros anteriores y de todos los lugares a donde había llegado de la mano de la poesía. Y entonces me dijo:
- Mirá lo que son las cosas, che… Y ¿de qué trata el libro?
Y me mató. Me quedé pensando. ¿Se puede resumir un libro de poemas? ¿Se puede reseñar al menos, un libro de poemas? No creo. En todo caso se puede interpretar un libro de poemas y tal vez hasta traducirlo de alguna manera al propio lenguaje o vibración interna. Dí algunas vueltas para no decir nada, y me quedé pensando en la pregunta. ¿Cuál es el tema del libro? ¿Sobre qué?
“Mirá lo que son las cosas”, me dije, no lo había pensado desde ese lugar. Entonces le mostré a Tito el libro y le dije:
- En la contratapa del libro, el escritor y amigo Jorge Spíndola, cita a Italo Calvino que dice: “El hombre camina días enteros entre los árboles y las piedras. Raramente el ojo se detiene en una cosa, y es cuando la ha reconocido como el signo de otra”.
Tito levantó las cejas, me miró con los ojos extrañados y juntó los labios mientras asentía. ¿Habrá entendido a Calvino? Pensé durante unos instantes y le dije:
- Este es el verdadero ars poética del libro, el arte poética: esa posibilidad, esa dulce posibilidad de que esa cosa sea el signo de otra cosa, y sobre todo el haberla reconocido como tal.
Y seguí contándole que el libro está dividido en varias partes. La primera se llama Lo que hay, y en ella encontramos algunas de las cosas que somos: un piso detenido en una fría estación, una lluvia que lava urgencias, la piel que se acomoda en el tiempo en que cae una lágrima, una raya al costado detenida antes de la despedida, un paso que maldice al olvido, un cielo sostenido y leí:
Hay que levantar la vista
Ver el cielo cortado
Cientos de cordones cables hilos
La mirada no lo abarca sino en parcelas
Cielo alambrado
Es imposible que este cielo
- decía la abuela –
se nos caiga encima
A Tito pareció interesarle y me habló de que su abuela también decía que cuando el cielo estaba muy encapotado y con toda la amenaza de lluvia sobre la cabeza, que el cielo se nos caía encima. Y entonces nos fuimos de allí. Abandonamos los trámites y nos fuimos a tomar un café.
Le conté que en el libro también hay una nube que acaricia el valle y se deshace en él, y la memoria de los ciruelos en el ciruelo otro, leí:
hay un ciruelo en flor
la casa de juan carlos devuelve
la primavera mil cincuenta y ocho
noviembre de Rubén busca las maduras
poda la damasca ahuyenta a los gorriones
que picotean los higos que roban al sol
levanta la parra con alambres
juega con mateo
césped mientras el asado
sonrisas de mauro
tomamos un vino
el ciruelo de juan carlos espera
soles propicios sus rojos
rojos que no tendrá la rawson
mil cincuenta y ocho
demolida ausencia tierra hecha greda
sequía de otros abandonos
vaya uno a saber
qué ha sido de los ciruelos
mil cincuenta y ocho
vaya uno a saber
en manos de quién están
Sentí que a Tito le gustaban los poemas que había elegido. Le conté detalles de la casa de la calle Rawson 1058 donde vivíamos hace unos años. Y también le conté de la sombra, y de un viento aullador:
viento que sopla doble
aúlla arriba
golpea el pecho
para que escuche
baja el mentón
auuuuu ya
y sube
y el aullido más arriba
auuuuu ya
y la sonrisa espera
en el fondo
detrás de los ojos
la roja amarilis
Tito sonrió con la idea de un viento-lobo. Y me dijo que el viento nos habita y que nos es inevitable. Le hablé de un árbol con raíces de viento, las marcas que huellan el viento y también de un metro de romero que nos condimentaba el patio. Y la tierra, claro, la tierra como palabras, como lenguaje del viento que somos:
tierra pasa con el viento
la tierra pasa
no importa el manjón las bisagras la llave
pasa la tierra al piso los muebles el pelo
y la boca
no hay caso
insiste pasa la tierra
habita la rutina del trapo la tierra
la escoba la tierra
pasa
Tito asentía con gesto adusto. Y me animé a seguir contándole mi libro, este libro que no puede resumirse. Le hablé de un camino que insiste, de una ruta que no sabe adonde llevar y la vuelta repetida, como si fuera un estigma del desconcierto.
Este compendio de ideas sobre las cosas que se hacen uno tiene una segunda parte que se llama LOS QUE SON y allí
hay una vereda rota siempre
prueba los tobillos siempre
rota siempre
un riacho circula baja discurre
por la avenida siempre
lleva un mensaje
un pucho siempre
quizás una pluma
un yuyo zonzo se subleva siempre
al cemento
se yergue con flor y todo
y no pide riego
ni que le hablen
ni más luz
ni una aspirina en el agua pide
ni que limpien sus hojas con leche
ni fertilizantes ni cenizas
su flor pide
que no arreglen la vereda
Tito me habló entonces de la perseverancia y la constancia. Le dije que en esta parte del libro las huifas beben con los ojos, también que los ojos se dan vuelta, que siempre hay alguien ahí afuera, las voces que nos gritan, las sombras que laten y las carpas silenciadas por la indiferencia.
Hay una mujer:
una mujer de más del setenta de pelo en saco
largo una manga la otra sostiene expedientes
es la izquierda y camina contra el tránsito
el ceño pollera larga blanca zapatilla
y la otra no
hay el semáforo que corta
y la mujer mira adentro de cada auto
cada butaca solo unos segundos
y vuelve a caminar
hay quien dice es municipal
otros que escapó del hospicio de los expedientes
y hay quien asegura que ella es quien se busca
en coche va una niña carabín
en coche va una niña carabín
hija de un capitán
carabirulí carabirulá
Tito sonrió con la canción de su infancia. Me habló de la lucha de los setenta y de los amigos y familiares perdidos. Le dije que dolían, como los güesos de un árbol frío, y leí el poema de un perro otro que busca:
nariz de piso busca snif snif
hueso y resto busca snif snif
sobran cáscaras
sobras de edificio
sobra el perro
calle busca snif snif
sobre el nylon
no comas arroz con vidrio
no puntos busca snif snif
se pega el pañal
nariz húmeda
de piso
al piso busca snif snif
basura
en nylon anónima busca snif snif
sobra doblado
duerme hambre busca snif snif
en el container
sobra
Tito me miró con sorpresa y sonrió. Le conté del hambre y el hombre, del perro de la calle y de los chicos de la calle, de los cartoneros y de las diferencias, de los miles de tonos en los que la calle quiebra la luz con la que vemos las cosas, le conté de una piedra:
piedra otra piedra y otra más
las piedras dispuestas
en todo lugar de paso
solo para el paso y su dificultad
un lenguaje y el decir
esta lengua trabada a fuerza de vocalizar
con piedras en la boca
Tito me contó que antes se le ponían piedras en la boca a tartamudos y a los que tenían problemas de dicción para corregir sus problemas. Yo le dije que el lenguaje a veces se me volvía una piedra, como la de Sísifo, a la que debía empujar incesantemente y sin encontrar la palabra justa, la definitiva, la que debe ir allí y no en otro lugar.
Tito me instó a seguir y le conté que la tercera parte del libro se llama SON LAS COSAS y allí hay sábanas y despertadores, bolsas de arpillera, y alambre:
una cuerda de pared a pared la ropa y
el viento y el peso mojado vencen
el dueño del patio supo qué hacer
arte de alambre argentino
no es incomprensible
cuidar su patio y familia
a la vista están
sus desamparos
Entonces hablamos con Tito sobre la soledad, la del alma y la física, de los que nos dejan sin dejarnos y de los que nos hacen falta. Yo le conté de mis cosas, de un sobre caprichoso y una pava que pajarea, de un mapa y una lombriz, una corona, y de una cama para equilibristas:
una cama de dos patas
invita a hacer equilibrio
a no conciliar el sueño el no descanso
hacer equilibrio
no caer en las redes que esperan abajo
para cuando no haya medios minutos
en los que pensar
hay la cama de dos patas
solo el equilibrio
Tito se quedó callado un instante y aproveché para contarle de otras cosas, de un cuadro pintado por ojos, de un libro que desnuda y sobre las cosas:
una lagartija besando la infancia pobre
repta sobre las cosas yéndose
distintas
insanas
yéndose en el piso
en el camino
en el tiempo
y en el vientre del reptar
dicen dicen dicen
que van al sol
que mudan la piel
que dejan pobre a la lengua seca
lo cierto es que
demudan las cosas
No pensaba seguir leyendo, pero Tito pidió otro café y me dijo:
- Mirá lo que son las cosas, Rúben, todo este tiempo, todas estas vivencias, tantas cosas… Leéme más…
Le dije que el libro tiene una cuarta parte que se llama LO QUE AGUA y allí, claro, hay una gota fría pero también fuego en las raíces y los capullos:
¿de qué está hecho
ese capullo?
¿esponja de sol
sumiendo la luz a su seno?
¿de qué
esos pétalos que absorben
espacio y tiempo?
ay ese capullo
como una brisa
que se lleva el mar
el cielo
¿de qué está hecho
ese capullo?
Entonces le conté a Tito del aire que no llega y de los peces que bébense, le conté del lugar donde las nubes pasan por debajo de uno y de la que viene con el olivo en la boca.
Le conté que la última parte del libro se llama LO QUE ESPERA y allí hay ángeles negros lacios, y le dije:
llaman a los ángeles
con los santos estampados en las manos
y el acordeón envuelto
en canciones gitanas
trenzadas en los cabellos de ángeles
negros lacios
ángeles bebas que llaman
llaman a los trenes
llaman a los ángeles
y no hay manera
Tito me preguntó de los viajes y las partidas, de lo que se va y lo que viene con uno con el viaje. Le hablé de un vuelo largo y oscuro, de un colibrí que maravilla en un noveno piso, de un piso lejano en la edad, de una caricia que espera, y de una foto del abrazo, que dice:
ahí está la foto del abrazo
brazos que faltan
en la despedida de lo que no se ve
el espacio que duele
los ojos al piso sin portarretratos
un suspiro viejo de cicatriz
un dibujo de manos grandes
y dedos de sol
el pelo largo dibuja mauro
y su dibujo camina
sin esperar
Tito me preguntó por mis hijos entonces, y le dije de Mateo, de Mauro y de Lorenzo, de lo que pasa y se siente cuando los veo correr y gritar y reír. Parecen querer atrapar toda la vida en el ya y en este instante, y levantan las manos, y leí entonces:
las manos arriba / más arriba /
arañando el cielo / rasguñándolo /
el cielo las manos
todo parece mucho entonces
las manos arriba para asir
lo que quiera llegar
lo que se deje tomar
arriba las manos
como una red
como una telaraña
de huesos sangre
y deseo
Tito se emocionó, el muy bobo, y aproveché para contarle que, como en todo libro hay una vez, pero que no en todos los libros podría encontrar un poema que cierre el libro y que hable de un balde. Aproveché que se sonaba la nariz con estridencia con una servilletita del bar, y leí:
las piedras la tierra que pasó
los pasos de latidos viejos
huellas en la playa del 83
hay que baldear
los gritos que retumban
y tumban y van
curitas y rasguños
los raspones y golpes
moretones azules
extrañamientos
baldear desgarramientos
desgarraduras
desesperaciones y desesperanzas
lo que se resiste al olvido
espinas bajo la uña
y cada error enmohecido
también la memoria
hay que baldear
corazón.
Tito me abrazó. Le dije que no solo tiene poemas el libro sino que lo engalana una Postdata intemporal de la poeta mexicana Guadalupe Elizalde, a modo de postfacio; le conté que la tapa es de la artista plástica de Puerto Madryn, Daniela Mastandrea, que realmente es excelente. Y le gustó todo esto.
En ese momento sonó un ringtone, Tito lo reconoció y atendió su teléfono. Me hizo señas de que lo esperara un minuto y salió del bar porque habla a los gritos supongo y quería privacidad.
Tito no volvió más. Llegó el mozo poco después y aboné los seis cortados y también las medialunas que Tito había deglutido después del recital personalizado.
(Cartel: Bar El Aguante - 6 cafes..... $ 30.- 12 medialunas.... $ 24.- total ..... $ 54.-)
Mirá lo que son las cosas…, me dije. Tengo que presentar mi libro y no sé como hacerlo aún. Vuelvo a pensar en qué decir de este libro, pienso en cómo poder resumirlo o reseñarlo y encuentro curiosamente esto que les ofrezco:
Mirá lo que son las cosas…, me dije. Tengo que presentar mi libro y no sé como hacerlo aún. Vuelvo a pensar en qué decir de este libro, pienso en cómo poder resumirlo o reseñarlo y encuentro curiosamente esto que les ofrezco:
(Cartel: Inventario de asombros)
Un inventario de asombros.
Muchas gracias.
Un inventario de asombros.
Muchas gracias.
1 comentario:
Espléndida presentación...Me encantó.
saludos
edgar e ramírez
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