(Presentación del libro de Ernesto Allende, 30 de Marzo de 2007, en el CEPTUR de Comodoro Rivadavia)
Tenía pensado hablar de otra cosa hoy en la presentación del libro de Ernesto. Había decidido no pasar el chivo de la editorial por sugerencia de Jorge Giallorenzi en la reunión de ayer. Había pensado en destacar que toda publicación de un libro – sobre todo de poesía – debe ser una fiesta y como tal, disfrutarse. Había pensado en tratar de que el público presente hiciera algún tipo de paréntesis para pensar en por qué se edita poesía hoy, en un mundo que parece mas virtual que real. Quería saber si es cierto que la gente no lee poesía, si es cierto que se edita más de lo que se lee, si se escribe aún mas de lo que se edita, si es cierto que es la cenicienta de la literatura, si es cierto – como algunos dicen – que se nos muere en las mesas de saldos de las librerías, si acaso es, como creo, un pariente mas cercano de la filosofía o de la ontología que de la literatura. Pretendía que, con las líneas que había escrito, pudiéramos al menos pensar si es posible que la poesía pueda ser catalogada. No faltará quien hable de “poesía barrial” seguramente, o de cualquier otro rótulo, como si a la poesía le hicieran falta las estanterías de la academia o como si no fuera un arte y habláramos de fideos o cortes de carne. Quizás sea de humanos hacerlo, quizás sea una forma de poder contar y compartir o de entenderla y aprehenderla, pero es claro que a la poesía difícilmente le caigan bien las etiquetas. Con el correr de los ojos sobre el libro aparecerán – seguramente – las distintas miradas sobre los versos, sobre las palabras como lo comentábamos hace unos días con el propio Ernesto: esa multiplicidad de lecturas que hacen que haya tantos “Sueños y Recuerdos” como ojos lectores se posen sobre él. Hubiera querido contar mi experiencia en el Festival Internacional de Poesía de Rosario donde pude escuchar a poetas de Uruguay, Brasil, Cuba, Inglaterra, Austria, Bulgaria, España y obviamente de distintos puntos de nuestro país, y que remiten a esto justamente: Uno puede escuchar las mejores voces del planeta, puede escuchar los poemas mejor escritos del mundo, puede admirar las técnicas y recursos del idioma – incluso en los extranjeros – pero sin lugar a dudas hay una fibra interior que vibra cuando se está frente a la poesía en serio, poesía que moviliza, poesía que transmite, poesía en la que el poeta se expone y deja jirones de su piel en ella. Esa es la prueba de fuego. Eso que se siente muy adentro de uno, ese verso que dispara directamente al centro de uno, esa palabra que remite a un beso, a una mirada, a los movimientos del alma, a los latidos y a las ideas, eso que nos mueve es poesía.
Claro está que las noticias de este ataque artero y detestable contra la Biblioteca del Barrio San Martín, creada por Allende, cambiaron el tono, el tema y todo lo que uno podría decir en condiciones normales. Ayer pasé por un local donde alquilan DVDs - ¿Cómo se llaman? Antes eran videoclubes y ahora? Dividiclubes? – Allí se promocionaba una película llamada La idiocracia. No la vi, pero enseguida me hizo pensar y elucubrar sobre este, nuestro tiempo. Seguramente han sonado los ringtones, seguramente la mayoría tenemos celular, muchos lo tienen encendido, un cierto aire de consumo nos lleva a cambiar nuestros electrodomésticos, nuestra forma de escuchar música, nuestra forma de vestir, nuestra forma de hablar y comunicarnos. Mas lejos pero globalizados. Gente del barrio que se comunica por e-mail, amigos que se juntan en el chat, solos que olvidan lo que provoca un beso o un abrazo, las caricias que se enfrían en la falta de costumbre, y entonces el archipiélago de humanos se idiotiza con un tv de 29 pulgadas y se deja gobernar por los mismos de hace 20 años atrás, pero reciclados. La idiocracia: los idiotas útiles al poder.
Esta lejanía es a la que Allende se enfrenta con la Biblioteca, es a esta desinformación a la que pretende aniquilar, es en esa trinchera donde se cargan las armas más justas.
Y entonces aparecieron ante mí un sinfín de recuerdos con Ernesto como protagonista. Memoria de pequeñas batallas: La inauguración del local de SADE allá por el 96 en la calle Rivadavia, el Congreso de Escritores del 97, el viaje a Aysén para un encuentro de escritores, la presentación de la revista Bardo en la Biblioteca, donde me acompañara Leslie Burón con su prodigiosa guitarra – me acuerdo que fuimos por un ratito y al final nos quedamos como dos horas hablando de música y de poesía -, y después su lucha denodada para mantenerla funcionando, para que la Darío Fernández tuviera la participación de los vecinos, para llevar los libros a cada casa.
Hoy veía las fotos de cenizas y me puse en campaña para juntar los libros que traje, que no son muchos, pero en su mayoría son libros de autores patagónicos, y los que no lo son pertenecen a ediciones independientes, de esos que no se consiguen en las librerías porteñas, ni en las cadenas de librerías con nombre de mujer. También hablé con algunos amigos y ya existe el compromiso de varios de ellos – ligados a librerías, distribuidoras, editoriales y medios gráficos – para hacernos llegar material para la Biblioteca.
Hoy veía las fotos de cenizas y cuando empecé a recibir estas respuestas pensé en que la lucha de Ernesto por mantener viva la Biblioteca solo puede estar fundada en su amor por los libros, en un profundo compromiso con su gente, en el convencimiento de que la solución está en los libros y no en el ojo por ojo, y en su tozudez.
Hoy veía las fotos de cenizas y ahora veo a “Sueños y Recuerdos” como una simiente de luz.
No afloje Ernesto, sus amigos y los que sabemos de que se trata somos tan tozudos como Usted y estamos de su lado.
Bienvenido “Sueños y Recuerdos”.
Tenía pensado hablar de otra cosa hoy en la presentación del libro de Ernesto. Había decidido no pasar el chivo de la editorial por sugerencia de Jorge Giallorenzi en la reunión de ayer. Había pensado en destacar que toda publicación de un libro – sobre todo de poesía – debe ser una fiesta y como tal, disfrutarse. Había pensado en tratar de que el público presente hiciera algún tipo de paréntesis para pensar en por qué se edita poesía hoy, en un mundo que parece mas virtual que real. Quería saber si es cierto que la gente no lee poesía, si es cierto que se edita más de lo que se lee, si se escribe aún mas de lo que se edita, si es cierto que es la cenicienta de la literatura, si es cierto – como algunos dicen – que se nos muere en las mesas de saldos de las librerías, si acaso es, como creo, un pariente mas cercano de la filosofía o de la ontología que de la literatura. Pretendía que, con las líneas que había escrito, pudiéramos al menos pensar si es posible que la poesía pueda ser catalogada. No faltará quien hable de “poesía barrial” seguramente, o de cualquier otro rótulo, como si a la poesía le hicieran falta las estanterías de la academia o como si no fuera un arte y habláramos de fideos o cortes de carne. Quizás sea de humanos hacerlo, quizás sea una forma de poder contar y compartir o de entenderla y aprehenderla, pero es claro que a la poesía difícilmente le caigan bien las etiquetas. Con el correr de los ojos sobre el libro aparecerán – seguramente – las distintas miradas sobre los versos, sobre las palabras como lo comentábamos hace unos días con el propio Ernesto: esa multiplicidad de lecturas que hacen que haya tantos “Sueños y Recuerdos” como ojos lectores se posen sobre él. Hubiera querido contar mi experiencia en el Festival Internacional de Poesía de Rosario donde pude escuchar a poetas de Uruguay, Brasil, Cuba, Inglaterra, Austria, Bulgaria, España y obviamente de distintos puntos de nuestro país, y que remiten a esto justamente: Uno puede escuchar las mejores voces del planeta, puede escuchar los poemas mejor escritos del mundo, puede admirar las técnicas y recursos del idioma – incluso en los extranjeros – pero sin lugar a dudas hay una fibra interior que vibra cuando se está frente a la poesía en serio, poesía que moviliza, poesía que transmite, poesía en la que el poeta se expone y deja jirones de su piel en ella. Esa es la prueba de fuego. Eso que se siente muy adentro de uno, ese verso que dispara directamente al centro de uno, esa palabra que remite a un beso, a una mirada, a los movimientos del alma, a los latidos y a las ideas, eso que nos mueve es poesía.
Claro está que las noticias de este ataque artero y detestable contra la Biblioteca del Barrio San Martín, creada por Allende, cambiaron el tono, el tema y todo lo que uno podría decir en condiciones normales. Ayer pasé por un local donde alquilan DVDs - ¿Cómo se llaman? Antes eran videoclubes y ahora? Dividiclubes? – Allí se promocionaba una película llamada La idiocracia. No la vi, pero enseguida me hizo pensar y elucubrar sobre este, nuestro tiempo. Seguramente han sonado los ringtones, seguramente la mayoría tenemos celular, muchos lo tienen encendido, un cierto aire de consumo nos lleva a cambiar nuestros electrodomésticos, nuestra forma de escuchar música, nuestra forma de vestir, nuestra forma de hablar y comunicarnos. Mas lejos pero globalizados. Gente del barrio que se comunica por e-mail, amigos que se juntan en el chat, solos que olvidan lo que provoca un beso o un abrazo, las caricias que se enfrían en la falta de costumbre, y entonces el archipiélago de humanos se idiotiza con un tv de 29 pulgadas y se deja gobernar por los mismos de hace 20 años atrás, pero reciclados. La idiocracia: los idiotas útiles al poder.
Esta lejanía es a la que Allende se enfrenta con la Biblioteca, es a esta desinformación a la que pretende aniquilar, es en esa trinchera donde se cargan las armas más justas.
Y entonces aparecieron ante mí un sinfín de recuerdos con Ernesto como protagonista. Memoria de pequeñas batallas: La inauguración del local de SADE allá por el 96 en la calle Rivadavia, el Congreso de Escritores del 97, el viaje a Aysén para un encuentro de escritores, la presentación de la revista Bardo en la Biblioteca, donde me acompañara Leslie Burón con su prodigiosa guitarra – me acuerdo que fuimos por un ratito y al final nos quedamos como dos horas hablando de música y de poesía -, y después su lucha denodada para mantenerla funcionando, para que la Darío Fernández tuviera la participación de los vecinos, para llevar los libros a cada casa.
Hoy veía las fotos de cenizas y me puse en campaña para juntar los libros que traje, que no son muchos, pero en su mayoría son libros de autores patagónicos, y los que no lo son pertenecen a ediciones independientes, de esos que no se consiguen en las librerías porteñas, ni en las cadenas de librerías con nombre de mujer. También hablé con algunos amigos y ya existe el compromiso de varios de ellos – ligados a librerías, distribuidoras, editoriales y medios gráficos – para hacernos llegar material para la Biblioteca.
Hoy veía las fotos de cenizas y cuando empecé a recibir estas respuestas pensé en que la lucha de Ernesto por mantener viva la Biblioteca solo puede estar fundada en su amor por los libros, en un profundo compromiso con su gente, en el convencimiento de que la solución está en los libros y no en el ojo por ojo, y en su tozudez.
Hoy veía las fotos de cenizas y ahora veo a “Sueños y Recuerdos” como una simiente de luz.
No afloje Ernesto, sus amigos y los que sabemos de que se trata somos tan tozudos como Usted y estamos de su lado.
Bienvenido “Sueños y Recuerdos”.
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