Los libros tienen hilos invisibles que nos
llevan a otros libros, a otra poesía, a otras ideas, a otras comarcas, a nuevos
amigos, y en cada nuevo libro, nueva poesía otra, nuevas ideas otras, nuevas
comarcas otras, y a su vez, a otros libros y así, como en una interminable
telaraña. No es posible evitarlo.
Los libros tienen esos hilos invisibles que nos
permiten dialogar con su autor para poder hablar con nosotros mismos como en un
espejo de papel.
Muchas veces los libros son ojos prestados que
nos permiten descubrir otros lugares, otras personas, otras ideas, pero otras muchas
veces lo que hacen es mostrarnos las mismas cosas, los mismos lugares desde
otro punto de vista. Y eso siempre nos hace crecer, nos hace mejorar la forma
de ver esas cosas, muchas veces tan cotidianas y tan aprehendidas, tan propias,
tan naturalmente allí, que se vuelven imperceptibles, ignoradas, olvidadas,
invisibles.
Curiosamente fue un libro de Ernesto Allende el
que hizo que Mita Oroz prestara atención en mi editorial. Fue en la Biblioteca
Hugo Darío Fernández en donde nos conocimos con Mita y comenzamos a darle forma
a este libro que hoy presentamos. Un libro con hilos invisibles.
En la primer lectura que hice de “Tristezas,
broncas y amores”, pensé que podría dividir el libro en tres partes para hacer
honor al título del libro. Ya que tenían los poemas las fechas o los años en
los que fueron escritos, también pensé en que se podrían ordenar
cronológicamente.
Pero estas ideas se disiparon en el momento en
que recibí las fotos de tapa y de la solapa en las que Mita es protagonista. En
la foto de tapa la vemos buscando calafate en la meseta, totalmente absorbida
por esa tarea sin reparar en quien está sacando la foto. Y viendo la foto de la
solapa, descubrí que la mirada de Mita no ha cambiado.
Así, estoy convencido de que la vida no tiene
el orden de las tres partes en las que había pensado en dividir el libro, sino
que, por el contrario, se encarga de traernos las tristezas, provocar nuestras
broncas y alimentar nuestros amores, caóticamente, sin lógica alguna, sin que
sean equivalentes o que se compensen, o quizás que sus tiempos sean parejos, y
aún cuando así sea, sabemos que siempre los tiempos de felicidad, pese a la
intensidad, siempre son mucho más cortos que aquellos en los que el dolor nos
habita.
No, no era posible dividir al libro en partes
porque tampoco es posible dividir a la vida en partes.
La mirada de Mita Oroz se posa en los hilos
invisibles de la vida de la misma manera en que sus ojos lo hacen sobre ese
calafate, en su madurez, en su color, en esa tarea de encontrar el fruto que le
satisface, el que quería encontrar y saborear. El calafate como el sueño de su
propio libro, cosido, atado con los hilos invisibles de las tristezas, broncas
y amores. Esa telaraña por la que se camina y se alimenta, por la que se nombra
y se es, por la que se dice, se llora y se grita, por la que se siente, sangra
y besa.
La vida en los que nos son, los hilos que nos unen
con hijos y nietos, los hilos que nos lían a los que quisimos y seguimos
queriendo, los hilos que el amor teje sin egoísmo. No, la mirada de Mita no ha
cambiado.
Eligió la poesía para decir, la poesía porque
es ese cantar a corazón abierto, genuino y directo, sencillo y verdadero, con
la palabra propia y sus habitantes de los intersticios del lenguaje, para
decir. ¿qué otra forma mejor para conmover que la poesía?
Celebro la aparición de “Tristezas, broncas y
amores” porque es un sueño tejido con hilos invisibles, que se corporiza en la
sonrisa y en la mirada de Mita Oroz.
Muchas gracias.
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