La misma comenzó con éstas palabras de Rubén Gómez, editor de la obra:
"Quiero contarles que conocí a Bárbara a través de la web y de sus poemas. Ella es una habitante de este mundo-otro que presume la virtualidad de nuestros tiempos, en donde parece que todo fuera más intangible y, hasta quizás, más seguro que en el real. Pero esto es un falso arquetipo de nuestros días. Sobre todo cuando lo que se expone en ese otro mundo es la poesía, es una poesía, es nuestra poesía.
El solo hecho de
escribir poesía implica una exhibición de lo que somos, (y digo somos porque
también escribo poesía) y esta exhibición es franca, íntima, profunda y nos
lleva a un sitio en el que, si el texto nos conmueve, nos llega, nos atraviesa,
nos cambia o nos determina, produce en nosotros, los lectores, una relación
única con el poeta.
Hay quienes
huyen de la poesía o, lo que es peor, la encasillan en los lugares comunes de
lo leído en la escuela. Se cree que todos escribimos como los clásicos y que
somos variantes más o menos aggiornadas de aquellos. Y estos estereotipos,
estas etiquetas, han evitado que la poesía tenga el lugar que merece.
Hace unos días
tuvimos una discusión en torno a la poesía y en ocasión de la Feria del Libro
en Viedma por este tema. Al llegar a Comodoro me acordé de una anécdota que
también subí a Facebook y que me contó la poeta Carina Paz:
En una cena
entre amigos y en su casa, le preguntaron a un tan olvidado como excelente
poeta, Joaquín Giannuzzi, qué era la poesía. Gianuzzi observó que en el centro
de la mesa había un arreglo floral. Tomó una rosa de allí y se la acercó a
quien hacía la pregunta y le respondió con otra pregunta. Le dijo: ¿te gusta?.
El inquisidor respondió “si, claro”. Gianuzzi volvió a preguntar, “¿por qué te
gusta?”. El otro respondió “porque tiene un color rojo hermoso y su aroma es
increíble y…” Gianuzzi lo interrumpió y le dijo: “no, no te pedí que me la
describas sino que me dijeras por qué te gusta la rosa”. El otro dijo: “no, no
sé”. Gianuzzi sonrió, volvió a hacerse hacia atrás en su silla y le dijo: “eso
es poesía”.
Bárbara dedica
este libro a su profesor de Filosofía, Eugenio Baigorria, de quién dice fue
quien la incitó a escribir. Esto, que parece una anécdota simplemente, me hizo
recordar aquella obra quizá fundamental para nuestra cultura occidental, como
es El Banquete de Platón. En ese Convivio están representadas todas las artes y
en una bella analogía, todos beben vino en una gran copa mientras hablan de
diferentes temas. Uno a uno van durmiéndose pero no azarosamente sino que lo
hacen conforme al lugar que Platón les da de acuerdo a su importancia. No es
casual que el único que no se duerme y que sigue con el día y sus ocupaciones,
sea Sócrates, por ende, la Filosofía, que el anteúltimo sea Aristófanes, un
comediógrafo y que el último en caer bajo los efectos del vino sea Agatón, un
poeta trágico.
Esto puede
decirnos dos cosas a saber: Una, que los poetas estamos tan familiarizados con
el vino que nos cuesta más emborracharnos, o dos, que los griegos, nuestros
bisabuelos culturales, estaban convencidos de que la Poesía, con la “pe” bien
grande y en mayúscula, era apenas menos importante que la Filosofía para
nuestra sociedad.
Y en esta tarea
entonces, está Bárbara con su poesía, como todos los poetas que en todas partes
del mundo escriben sus versos, más cerca de la Filosofía que de la Comedia, más
cerca de la Ontología que de la Literatura, más cerca de la Metafísica que de
la Física.
Quizás por eso
fue el profe de Filosofía Baigorria y no el de Literatura, quien incitó a
Bárbara a escribir.
Les decía que
primero conocí a Bárbara por su poesía, por lo que exhibía de ella en un blog,
y lo hacía como quien arroja piedras al mar para que los efectos de los arcos
concéntricos de su acción le traigan consecuencias. La idea del libro vino casi
inmediatamente porque mi contacto fue a partir de su piedra en el mar.
Y entonces el
título, Mora en el alma, título intrigante y, por supuesto, seductor. ¿A quién
no le interesaría saber qué o quién mora en el alma? Lo primero que me vino a
la mente fue esa pregunta, e inmediatamente también lo asocié con la Mora, con
las frutas. Pero son tantos los significados que tiene la palabra mora, que es
posible jugar con todas sus acepciones y siempre nos dará puertas distintas
para abordar el libro.
La mora
es el retraso culpable o deliberado en el cumplimiento de una obligación o deber. ¿a quién no le ha
llegado alguna vez una carta en donde le exigen el pago de alguna cuenta con
los intereses por mora? Por caso, ¿qué falta pagar en el alma? ¿cuál es el
retraso?
La mora, les decía, es el nombre que reciben diversos frutos
comestibles de distintas especies botánicas. Son frutas
o bayas que, a pesar de proceder de especies
vegetales completamente diferentes, poseen aspecto similar y características
comunes. En total existen más de 300 especies de moras diferentes. Y en
Honduras llaman así a la frambuesa. ¿cuál es el fruto que crece en el alma?
¿cuál su sabor? ¿será esta baya como una frambuesa?
Mora puede referirse al femenino de moro. Entonces ¿habrá una mora en la costa del alma? ¿estará jugando con la dualidad que nos habita a todos? ¿Bueno y malo, masculino y femenino, blanco y negro, luces y sombras, también en el alma? []
Pero el término alma no se queda atrás. Sabemos que viene
del latín anima, de la misma raíz que el griego ánemos, viento. Por alma, y con
el mismo significado que spiritus (en griego psikhé, soplo, aliento, vida), se
entiende por lo común el principio vital del cuerpo, o el principio inmaterial
que se considera origen de la vida material, de la sensibilidad y del psiquismo
del hombre. A veces se da este nombre a la mente humana, o también se la llama
espíritu. Y entonces a todas aquellas preguntas que nos hemos hecho, ¿mora en
el alma? ¿un retraso en el viento? ¿una fruta volando al capricho de Eolo? ¿la
sombra en el soplo? ¿doble aliento?
Sepan disculpar
si no respondo a sus preguntas en esta breve introducción al libro de Bárbara,
pero lo mío en esta ocasión no es otra cosa que un ardid, una trampa que
pretende llevarlos a sus páginas y provocar nuevos interrogantes. Sé que los
lectores se adentrarán en el libro buscando respuestas y encontrarán, sin duda,
un pedacito de mapa en cada uno de los poemas. Todos ellos representan un
espacio del entramado que, para cuando se den cuenta, estará mezclándose con el
propio para crear un nuevo libro. Ese nuevo, maravilloso e incógnito libro que
siempre se escribe con los ojos de cada uno que se posa en él.
Gracias Bárbara,
por confiar en Vela al Viento; gracias a todos por estar aquí hoy, apoyando a
la autora y a la Poesía, porque sé que en el próximo instante, lo que nos pase
hoy, compartiendo, también morará en el alma."
Y así fue. Viviana Almirón leyó poemas y también la autora, Bárbara Himmel, siempre acompañados con el teclado que ambientaba el auditorio y acompañaba mágicamente las palabras, que danzaron allí y se quedaron con quienes supieron atesorarlas.
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