domingo, 5 de junio de 2011

Las manos vacías y el asombro

Redondela
a las gaviotas
a mi padre

Ahora que rosas y lilas,
pintan la madrugada,
una gaviota se posa
sobre un mar de rieles,
sobre los hierros de Redondela,
estación de Pontevedra.

Las huellas de olas cercanas
traen rumores, ondas.
Mis palabras se quedan
con las manos vacías.
Ahora es mi asombro
el que descansa entre
el mar y los rieles.


Escribo estas líneas todavía desde el estupor, la consternación, la angustia y la tristeza que provocan las pérdidas que duelen y que uno no espera, no aún, las que no deberían pasar nunca, las que uno no cuenta.
A Nilda y a mí nos decía que eramos "sus bellos", abría sus brazos para recibirnos tanto en "Extranjera a la intemperie" como en su corazón. Nos queríamos mucho y nos mostrábamos el cariño, el respeto, la consideración y la admiración.
Si pienso en ella, por suerte, me viene inmediatamente a la memoria su sonrisa y el brillo en los ojos, ese especial brillo en los ojos que tienen los que han sufrido y los que se han repuesto, los que vencen despedidas. Tengo esa sensación.
Es cierto que me quedan los abrazos.
Este poema, Redondela, pertenece a Susana Fernández Sachaos, una amiga, querida poeta, que el 5 de junio, falleció.

3 comentarios:

josé lopez romero dijo...

hermoso el poema y conmovedor el comentario póstumo, una pena cuando alguien se lleva consigo las palabras que no pudo llegar a escribir, no conocía a esta mujer pero trataré de hacerlo, nunca es tarde, siempre es bueno el tiempo de beber de un manantial de aguas claras. Slaudos

Anónimo dijo...

David Antonio Sorbille dijo...
Gran recuerdo, Rubén. Hemos tenido el honor de haber sido amigos de una mujer maravillosa. Susana esta para siempre en nuestros corazones.

Gabriela. dijo...

Es triste cuando alguien se va, pero cuál es la sensación cuando esa persona se va y no te quedan recuerdos junto a ella? Yo, me quedo con la imaginación de crear esos momentos junto a ese ser. Hermoso el poema. Tuve la oportunidad de estar en un taller con usted Rubén, un placer.